Jose Montes is living alone in this pandemic
Jose Montes. Photo by Colin Campbell

Traducción por: Neus Valencia

Si Charlie Chaplin hubiera nacido en Zacatecoluca, La Paz, El Salvador, seguramente podría haberse parecido a José Montes.

Montes, quien cumplió 70 años el 28 de junio, es una persona agradable, con ojos melancólicos de sabio y el caminar sin equilibrio de Chaplin. Ha vivido exactamente la mitad de su vida en la Misión de San Francisco, llegó cuando tenía 35 años.

Celebró su cumpleaños durante la pandemia preparándose una ensalada fresca, cuidando su consumo de sal y azúcar.

Montes vive solo, en una habitación que ha rentado durante 10 años, en la Avenida Silver. “Siempre he vivido en pequeñas habitaciones en el área de la Misión”, explica. Sin embargo, la renta es una preocupación constante, debido a que el cheque que recibe del seguro social es menos de $700.

“Estaba buscando trabajo justo antes de que comenzara lo del virus, porque mi casero me dijo que iba a aumentar mi renta, y yo no tenía el dinero, por lo que decidió rentar mi habitación también a otro hombre. Esto es muy difícil para mí, para mi privacidad. Tengo que cambiarme de ropa en el baño. Luego, hace un mes, no me sentía bien, sentí que tenía fiebre y fui directamente al hospital. Me hicieron pruebas y estaba bien, pero tenía miedo. Me dijeron que sólo era un resfriado, pero me sentí preocupado, porque no sé a qué lugares va mi nuevo compañero de cuarto. Por ahora, me paso todo el día afuera. El aire es tan fresco, la luz dura tanto tiempo. Es hermoso afuera”.

Sus hijos están lejos, y Pan Lido resulta ser un puente con los demás.

Sus tres hijos adultos y nueve nietos viven en Charlotte, Carolina del Norte, y la última vez que él los visitó fue hace cinco años.

“Me mandan un boleto cuando pueden, pero es complicado. Tienen sus propias vidas, sus propios problemas”.

Durante la mayor parte de su vida laboral aquí, fue lavaplatos y ayudante de mesero: Fenton’s Creamery (Oakland), Miz Brown’s (San Francisco) y House of Pancakes (en el aeropuerto de San Francisco). “Ya sabes, por el inglés, pues bueno, yo…” explica mientras se encoge de hombros, “…traté de aprender, empecé en el City College tomando inglés tres veces, pero siempre me quedaba dormido en clase, pues ya sabes, con dos trabajos a la vez…”

Tuvo una cirugía de cadera hace cinco años que lo obligó a jubilarse, pero aún así quiere trabajar de medio tiempo, y le gustaría ser ascensorista. Él sabe que, durante una pandemia, éste no es un trabajo al que aspirar.

Montes tiene un estilo de vestir impecable con suéteres, pantalones de vestir y una boina roja. Sonríe fácilmente, su cara se ilumina cuando habla de El Salvador, a donde no ha vuelto desde hace 35 años. Montes se mantiene conectado a su comunidad ayudando en dos panaderías salvadoreñas.

“Don Walter, el dueño de Pan Lido, (en la calle 22) bueno, su padre conoció a mi padre allá en Zacatecoluca. Nuestras familias eran amigas, así que confía en mí. Así que mi rutina, lo que hacía, antes de la pandemia, era que entraba y atendía a los clientes. Los atendía, les vendía pastelitos (con mermelada), viejitas (con canela), pan francés (panecillos).

“O cargo las cajas (pero no las pesadas). Y vigilo los autos de los clientes cuando se estacionan en doble fila, barro la calle, hago lo que puedo”.

Pero la pandemia ha cambiado su rutina.

“En Pan Rico Salvadoreño (alla por Geneva), por ejemplo, siempre entraba, me tomaba mi cafecito, me sentaba y hablaba con todos antes de empezar a ayudar. Pasaba varias horas ahí, también atendiendo a los clientes. Pero ahora, por supuesto, no se puede entrar ni hablar ni pasar a saludar: a las panaderías sólo entra una persona a la vez. Antes platicábamos todo el tiempo, los dueños y yo, acerca de nuestras casas, de todo, pero ahora, debido a la pandemia y a los cubrebocas, ya nadie habla mucho, la gente sólo entra y sale. Los dueños están ocupados y distraídos. Lo entiendo.

“Estoy acostumbrado a vivir solo, pero extraño las conversaciones, mis cafecitos y hablar de mis recuerdos. Nuestros recuerdos. Hay tantos de nosotros que tuvimos que dejar El Salvador”.

Luego sonríe con esa sonrisa arrugada Chaplinesca.

“Claro, extraño a mi país, anhelo regresar a El Salvador, es bonito aquí, es bonito, pero tengo tantas ganas de volver a mi casa. En esta época del virus, siento cómo me dejo llevar por esos anhelos”.

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