A man is standing next to a cart with food on it.
A street vendor waits by his cart, that he made himself, at Fisherman's Wharf. Nov. 1, 2023. Photo by Kelly Waldron.

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En el mundo del comercio ambulante de hot dogs, Jilary y Ronald son jefes atípicos, a diferencia de la mayoría de gerentes. Ellos trabajan junto a los cuatro empleados que han instalado junto al Embarcadero, quienes venden hot dogs envueltos en tocino, cebolla y pimientos a turistas y transeúntes por 10 dólares cada uno.

La mayoría de los gerentes, según los vendedores que trabajan para ellos, ni siquiera aparecen, salvo para cobrar su parte de las ganancias.

Pero incluso yendo todos los días, Jilary y Ronald a duras penas se ganan la vida. La pareja de propietarios suele ganar entre $1,000 y $1,500 dólares a la semana después de cubrir los gastos de comida y transporte. Es una inversión precaria, y uno que está en constante riesgo de ser barrida por la ciudad.

“La venta de hot dogs no genera un sueldo estable”, dice Ronald, quien habla en español como los otros vendedores. A veces, solo venden un par, o ninguno. Esta semana no pueden vender, ya que el Embarcadero está parcialmente bloqueado por la Conferencia Económica Asia-Pacífico. En otras ocasiones, pueden ganar mucho más. Por ejemplo, durante la semana de la flota, Ronald dijo que ganó $2,000 dólares en un solo día.

El trabajo es duro, varios vendedores de hot dogs de San Francisco afirman que pagan hasta el 55% a los propietarios de sus carritos. Con unas ventas regulares de $150 dólares, eso les deja unos $70 dólares por unas seis o siete horas de trabajo, lo que equivale a un salario de $10 dólares por hora como máximo.

“Vender en la calle no es para todo el mundo”, dice Ronald, quien trabaja en el Embarcadero desde hace poco más de un año.

De hecho, este empleo parece ser en su mayoría para los inmigrantes recién llegados, que rara vez permanecen en el puesto por más de seis meses.

Los ingresos procedentes de la venta de hot dogs son muy inestables, y muchos vendedores temen las medidas enérgicas de la ciudad contra la venta ambulante. El Departamento de Salud Pública ha confiscado 40 carritos en lo que va de año, según un portavoz del departamento; incluidos en septiembre ocho de los carritos de Jilary y Ronalds.

¿Te imaginas que de un día para otro aparezcan y te quiten todo lo que has ganado? Dijo, Jilary.

Agentes de la policía de San Francisco y otros empleados municipales con chalecos amarillos les quitaron los carritos de la acera, comentó Jilary. Tuvieron que pagar una multa de $300 dólares por carrito para recuperarlos, añadió.

A group of people standing on a sidewalk buying hot dogs from a street vendor.
Tourists stop to buy hot dogs by the Alcatraz ferry terminal at Pier 33. Nov. 9, 2023. Photo by Kelly Waldron.

En el muelle 33, Ronald y unos tres o cuatro vendedores instalan sus carritos a lo largo de la acera. Allí esperan a los transbordadores que desembarcan unas 19 veces al día entre semana, seis veces los fines de semana. Llegan temprano, a tiempo para la primera salida a las 8:40 a.m., y se quedan hasta tarde, hasta que llega el último barco a las 6:30 p.m.

Una vez que cada barco atraca, una oleada de turistas pasa rápidamente entre una ráfaga de carne a la parrilla. Los vendedores encienden sus hornillos de gas, las salchichas chispean y ellos gritan “¡hot dogs!”, en un intento de ganarse a los clientes, compitiendo con otros vendedores ambulantes y ciclistas que ofrecen recorridos por la ciudad en sus bicicletas. Momentos después, la acera vuelve a estar tranquila.

Muchos vendedores son indocumentados y reconocen su falta de papeles. Jilary y Ronaldo, por ejemplo, se conocieron en Nicaragua de camino a los Estados Unidos, país al que entraron en agosto de 2022.

Jilary empezó a trabajar junto a la entrada del transbordador de Alcatraz, cerca del muelle 33, poco después ayudó a montar puestos para otros vendedores, que también habían llegado recientemente al país. Les ayuda a empezar, dice “que vienen de sufrir igual que nosotros”.

Pocos se quedan mucho tiempo. Parece que la venta de hot dogs en el Embarcadero es el primer trabajo de muchos inmigrantes, y la mayoría lo abandona en cuanto encuentra uno mejor pagado: De sus seis empleados, Santos, el más antiguo, lleva en el puesto alrededor de un año.

Santos dijo haber estado buscando trabajo en restaurantes, pero al ser indocumentado, la venta de hot-dogs es la única opción que tiene a su disposición.

Él compró su propio carro por $400 dólares, después de que los carros de Jilary y Ronaldo fueran incautados en septiembre, y volvió a trabajar para ellos en virtud de su anterior reparto de ingresos: el 50% son para él, el resto va a Jilary y Ronald para cubrir el transporte.

Eso le deja unos $400 dólares a la semana para cubrir sus gastos, incluida la renta mensual de $500 dólares en una habitación compartida con tres personas cerca del Centro Cívico, y para disminuir la deuda del préstamo que pidió para entrar clandestinamente al país: $22,000 dólares. Los cuales usó para financiar su viaje desde Yucatán, con un interés de $1,000 dólares al mes. “Uno se preocupa”, dijo.

Para otros vendedores de hot dogs a lo largo del Embarcadero, sus gerentes no son tan generosos. Algunos se llevan una tajada del 45% otros incluso del 30% y sus ganancias van a parar a manos de un gerente al que probablemente no conozcan.

“Si dios quiere, que se venda todo”, dijo Rosie, otra vendedora, mirando unos 10 hot dogs que ya había asado para el día.

Rosie se trasladó a los Estados Unidos desde Perú hace tres meses. Durante un par de semanas, estuvo asando hot dogs junto al muelle 35 y Fisherman’s Wharf, mientras su jefe se quedaba con el 55% de sus ingresos.

Street vendors captured from behind, selling hot dogs.
Six street vendors on a quiet evening at Fisherman’s Wharf. Nov. 11, 2023. Photo by Kelly Waldron.

Dos semanas después, por teléfono, Rosie dijo que ya no estaba en el Embarcadero. Encontró un trabajo, limpiando oficinas por la noche, por 18 dólares la hora, 24 horas a la semana. “Más tranquila me siento”, dijo.

Pero otros no tienen tanta suerte. Siguen esperando, vendiendo hot dogs o, si se presenta la oportunidad, artículos adicionales como frutas o bebidas.

 “Aquí no se pide trabajo, no se pide dinero. Aquí creas tu trabajo y tus ingresos”, dice Milca, una vendedora.

Traducido en español por Elvia Rodriguez

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Kelly is Irish and French and grew up in Dublin and Luxembourg. She studied Geography at McGill University and worked at a remote sensing company in Montreal, making maps and analyzing methane data, before turning to journalism. She recently graduated from the Data Journalism program at Columbia Journalism School.

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