José Luis Anthony Escobar, de 19 años de edad, era el mayor de siete hijos. Escobar quiso encargarse de su familia cuando su padrastro fue asesinado el primero de septiembre en el estacionamiento de un Taco Bell.
“Sentía que tenía que asumir el papel”, dijo su mamá, Dina Carrillo. “Como si tuviera que cuidar de mí”.
Fue así que consiguió un trabajo —el primero en su vida. El 20 de octubre fue su primer día de trabajo en una compañía de mudanza. Ese fue también su último trabajo.
Poco antes de las tres de la madrugada, mientras esperaba cerca de la esquina de las calles 16 y Valencia a que llegara su amigo a darle un aventón, se le acercaron dos personas sospechosas que le dispararon a muerte. La policía cree que el incidente está relacionado con pandillas. No se ha detenido a nadie, según el jefe de la policía Greg Suhr.
La muerte de Escobar expone lo difícil que es para los jóvenes poder dejar atrás un estilo de vida que ha tomado la vida de muchos en el Distrito de la Misión. Asimismo, ofrece un vistazo inusual a una familia torturada por actos de violencia relacionados con las armas.
En su hogar, Escobar era conocido cariñosamente como “Boo”, un joven carismático que disfrutaba de jugar videojuegos y alentaba a sus hermanos a que se quedaran en la escuela.
En la calle, su apodo era “Goofy”, miembro de la pandilla Sureño quien estuvo esporádicamente en la correccional de menores, en donde alegó un trato ante una acusación por agresión violenta en el mes de agosto, de acuerdo con documentos judiciales. Las imputaciones fueron retiradas y le otorgaron libertad probatoria durante tres años.
Los Sureños han experimentado un resurgimiento en el Norte de California, de acuerdo con la Evaluación Nacional del FBI de Amenazas de Pandillas. Los comerciantes y residentes del barrio le dijeron a Mission Local que la presencia de la pandilla es prominente las noches de fin de semana en las calles 16 y Valencia.
En cuanto a su familia, Boo era como cualquier otro adolescente.
“Iba a casa de sus primos a platicar, a jugar”, dijo Carrillo. “Sus primos venían y jugaban PlayStation”.
Su hermanastra, Christine Campos, de 20 años de edad, creció con Escobar, pero se perdió el contacto después de que su padre, Javier Campos, fue a prisión en 2010 por vender drogas.
“Cada vez que lo veía, no vestía ropa holgada, nunca se vestía así. Vestía Hollister”, dijo. “Nunca pensé que nada pasaría. No sabía que tenía malas amistades”.
Lo que sí recuerda son las salidas familiares que hacían juntos a Chuck E. Cheese, a Tijuana y a Disneyland.
“Siempre estaba sonriente”, dijo Campos. “No creo que lo haya visto enojado nunca”.
En su funeral, las fotografías que mostraron variaban de un Escobar en vestimenta deportiva a un conejo de pascua o Santa Claus a fotos de Escobar mostrándole el dedo medio a la cámara.
“Tratábamos de que fuera sólo para la familia, lo más posible”, dijo Carrillo sobre sus salidas. En casa, Escobar se ocupaba trenzando su cabello, “tratando de verse bien, vestirse bien”, dijo.
Cambiando Su Vida
Durante tres años, Escobar estuvo esporádicamente en la correccional de menores, donde hablaba de cambiar su futuro y cambiar su vida, dijo Virginia Nielsen, una de sus mentores en la correccional.
Hace poco, empezó a considerar quitarse algunos tatuajes de pandillas que tenía en los brazos, dijo.
Tanto Escobar como Campos, su padrastro, tomaron caminos similares en tanto a los intentos de redención. Campos obtuvo su GED, el equivalente a la preparatoria, mientras estaba en prisión. Hace poco, Escobar había obtenido su GED y había querido ser ingeniero civil, dijo Nielsen.
“Era un muchacho muy positivo”, dijo. “Veía su futuro con mucha alegría”.
Aunque su padre biológico, también de nombre José Escobar, “nunca estuvo presente”, era cercano a Campos.
Cuando Campos fue asesinado en el estacionamiento de un Taco Bell en Richmond el primero de septiembre pasado, Escobar no lo tomó a bien, dijo Carrillo.
“Cuando se enteró [de lo de su padrastro], lloró”, dijo.
La muerte de Campos se originó de una “disputa familiar”, según le precisó el Departamento de Policía de Richmond a nuestra publicación hermana, Richmond Confidential.
El sentido de responsabilidad de Escobar con la familia aumentó después del asesinato de su padrastro.
“Estuvo presente desde el primer día, llevándome a dónde tenía que ir, asegurándose de que todos comiéramos”, dijo Carrillo. “Ya no tengo eso más”.
Hoy, los hermanos y hermanas de Escobar son los que tienen que lidiar con la muerte de su hermano mayor. El día de su funeral, varios de sus parientes vistieron playeras con la fotografía de su hermano y las palabras inscritas en la espalda: “Te extraño Boo”.
“Sus hermanos y hermana, lo tomaron muy mal”, dijo su mamá. “Lo admiraban. Estaba tratando de cuidarnos, no en cuanto a lo monetario, sino tratando de ayudar. Y si tenía que irme a trabajar, siempre estaba ahí”.
Nielsen, la mentora de Escobar, asistió hace poco al sitio del altar en las calles 16 y Rondel. Fue ahí donde se encontró a gente, algunos de ellos, precisó, llorando un “mar de lágrimas”.
“Las lágrimas no ayudan. Lo que ayudará es que todos seamos firmes en la situación [de las pandillas]”, dijo Nielsen. “Lo que más importa son los jóvenes —para poner un alto a este odio”.