Las botellas de vino tintinean cuando Amber Young revisa las etiquetas y los precios de las botellas de la licorería K&D de la calle 16. Young pone rápidamente las botellas otra vez en el estante, indecisa. Es la primera vez que compra alcohol desde que está sobria y se pone nerviosa.

Young camina por la sección de vinos varias veces antes de decidirse por dos botellas de vino tinto y dos de blanco.

“Si hubiera sido más organizada, hubiera hecho que alguien hiciera esto”, dijo ella con una sonrisa en la cara.

Young vive a una distancia a pie de 39 bares, 90 licorerías y 294 restaurantes con barras completas o de vino y cerveza. No obstante, no ha bebido nada desde el 16 de mayo de 2007, el día en que cumplió 23.

“Me levanté y pensé: esta no puede ser mi vida”, recordó. “No puedo tener un trabajo, no puedo terminar mis proyectos artísticos, no puedo dejar de pensar en cuándo será la próxima vez en que será socialmente aceptable ser vista bebiendo”.

Young es una de los muchos alcohólicos en recuperación de quienes Mission Loc@l hará reseñas en una columna ocasional en donde se observará lo que significa ser joven, vivir en el Distrito de la Misión y no poder beber porque la bebida se ha convertido en algo más destructivo que disfrutable.

Aunque Alcohólicos Anónimos no guarde registro de la cifra de personas en recuperación, la organización calcula que seguramente hay dos millones de personas a nivel mundial, según un empleado. Cuando se le preguntó del Distrito de la Misión en específico, Li Lightfoot, un empleado de Alcohólicos Anónimos dijo que “hay todo un montón de gente en recuperación en la Misión”.

En San Francisco, hay aproximadamente 500 reuniones a la semana en comparación a las 1,100 que hay en Nueva York. Sólo en el Distrito de la Misión hay 115 reuniones que se llevan acabo cada semana, y a menudo aquéllos que asisten son los jóvenes y adultos a la moda que se hacinan en los bares.

Young, quien de vez en cuando asiste a las reuniones, en realidad cree que es más fácil estar sobria en la Misión que en Cow Hollow, el barrio en donde vivía cuando dejó de beber.

“Es casi más fácil de ignorar; no le presto atención”, dijo ella. “Es más difícil hacer eso en Cow Hollow, en donde no hay nada más que hacer”.

Pero, “el acceso al alcohol es bastante sorprendente”, dijo.

A Young le encanta el aspecto social de las reuniones de AA —uno puede hacer amigos que no beben, un grupo “con el que uno puede hacer cosas pero sin la presión de tener que explicarse a sí mismo —por qué uno no quiere ir a cierto lugar o por qué uno no quiere ir a la casa de algún amigo”, dijo ella.

No obstante, cree que hay un lado negativo en las reuniones de AA.

“Si uno no llegara a estar sobrio en AA, o usar AA como una herramienta para mantener la sobriedad, entonces hay mucho de ‘Ah, bueno, ¿no te preocupa que no vayas a poder estar sobria?’ o ‘tu sobriedad es un verdadero riesgo si no llegas a una reunión al menos una vez a la semana, o cuatro días o algo parecido’, o ‘no llegaste a estar sobria en AA, no sé cómo esperas estar sobria’”, dijo.

En lugar de las reuniones, fue a terapia psicológica dos veces a la semana.

“La verdad es que no podría haber permanecido sobria si no hubiera tenido algún lugar al cual ir, y nunca haría de menos AA ni diría que no es un buen programa”, dijo.

Young precisó que no bebe a diario porque se sintió muy mal después de una noche de haber bebido mucho.

“Necesitaba una noche para recuperarme, luego volvía a salir y por eso mi sistema más o menos se las arreglaba para soportar el día y luego para las 4 o 5 de la tarde, cuando podía comenzar a beber sin estar bajo el control social, volvía a salir a beber hasta morir, básicamente”.

A la mañana siguiente se levantaba con una fea cruda o tenía un ataque de ansiedad.

“Creo firmemente en que el alcoholismo se trata menos de la cantidad ingerida y más de cuánto tiempo está pensando el cerebro en beber”, dijo. “Algunas personas beben mucho más que yo, pero no son adictos. Su vida no está organizada entorno a la próxima bebida, y la mía sí”.

En lugar de bares y fiestas en la Misión, la muchacha de 27 años de edad asiste a espectáculos artísticos, películas y otros eventos culturales en donde el alcohol no es la principal atracción.

Asimismo, Young pasea a diario a su bulldog francés en el barrio. A menudo, se molesta cuando la gente borracha se le acerca.

“Si estoy caminando con alguien que está sobrio, puedo estar con gente borracha y no estresarme, pero si soy sólo yo, la única persona sobria, siento que de repente me inundo de preguntas que me hacen personas borrachas como: ‘¿por qué estás sobria? ¿tienes una alergia?’”

Young vive con su novio y reconoce que él bebe cuando sale con sus amigos. No obstante, invitar a personas a su departamento puede ser difícil porque siempre tiene que explicar que no se servirá alcohol.

Como muchos, Young comenzó a beber cuando era adolescente, en los fines de semana con amigos.

En 2009, el Centro para Control y Prevención de Enfermedad hizo encuestas en alumnos de preparatoria de todo el país. Los resultados muestran que en 30 días antes de la encuesta, el 42 por ciento había ingerido alguna cantidad de alcohol y un 24 por ciento se había ido de juerga en donde consumieron alcohol.

Young, quien creció cerca de Half Moon Bay, tenía 15 años cuando bebió por primera vez.

Emborracharse era tan divertido, dijo ella, que comenzaba a planear en la semana. Como era menor de edad, tuvo que encontrar a alguien que le comprara alcohol antes de la noche de sábado.

“Creo que me volví adicta al alcohol inmediatamente. Incluso cuando no bebía, pensaba en eso”, dijo. “Fue el medio para un fin. Pensaba en querer volverme a sentir así otra vez”.

Young no dejó de beber en la Universidad Kenyon, en Ohio.

“Recuerdo que era divertido en la preparatoria. Para cuando estaba en la universidad ya no era divertido. Era más como para aguantar. Tenía que beber para aguantar. Aguantar con qué, no lo sé”, dijo.

En ese momento, el whiskey era la bebida de preferencia de Young. Cuando comenzó a tener ataques de pánico después de beber, cambió al vodka —un favorito de muchos alcohólicos porque no huele tan fuerte, dijo.

“Pasé muchos años de la época universitaria disculpándome con la gente: ‘¡perdón, no debería haber dicho eso, no debería haber hecho eso’. Pasé mucho tiempo después de la universidad haciendo eso también —‘perdón por haber roto eso en tu casa, fue un accidente’. Siempre era un accidente”, recordó.

Young inventó técnicas para controlar la bebida. Cada vez que salía a beber, se llevaba un marcador y se dibujaba una línea en la mano. Ocho líneas significaba que estaba borracha. Para las 10 líneas, ya era hora de irse a casa. En algunos días, se hacía esperar hasta tener su primer bebida.

“Si puedo hacer esto, entonces tal vez no soy tan borracha”, recordó decirse a sí misma.

Young dijo haber hablado con sus padres de la bebida, pero que no les dijo qué tan mal estaba el problema.

Cuando decidió dejar de beber, no quería que su sobriedad fuera una experiencia que le cambiara la vida. Comenzó a ir a terapia psicológica y fue a reuniones de vez en cuando, pero insistió en salir a bares con amigos como si nada hubiera cambiado.

“Salía mucho. Si mis amigos hacían algo, sufría hasta el final y me sentaba y ordenaba hasta nueve cocas en el bar”, recordó.

“La verdad es que puse mi sobriedad en riesgo”.

Después de un rato, se dio cuenta que después de todo tenía que ser una experiencia que le cambiara la vida. Hoy día, evita ir a bares y a grandes fiestas.

“Cuando derraman sus bebidas —sin duda, esa es la razón principal por la que no voy a bares”, dijo.

Cuando alguien derramaba su bebida en ella “había toda una locura para quitarme la blusa y que una amiga me diera una y decir, bueno, métete ahí y límpiate los brazos y lo que sea que se te haya mojado y arréglate”, dijo. “En los bares uno no puede hacer eso tan fácilmente, porque ¿quién trae consigo una blusa extra?”

El alcohol es muy visceral para ella, dijo Young. No le gusta olerlo en ella misma y evita tener contacto con el alcohol en todo momento.

“Es como una aversión a que cualquier parte del alcohol se me quede, incluso cuando en mi mente racional sepa que no puedo emborracharme con que sólo me toque”.

En raras ocasiones cuando va a bares, pide un refresco. A menudo, la gente le pregunta qué hay en su coca. Cuando ella contesta que es sólo coca, le preguntan si es alérgica o si no bebe por razones religiosas.

Salir a comer también puede ser difícil.

“Siempre estoy revisando el menú”, dijo. “¿Hay alcohol en esto? ¿Va a ser algo en el que el pan estará remojado en ron?”

La carne puede estar cocinada en vino, y los postres pueden tener alcohol, por ejemplo.

En el día de su cuarto aniversario de haber estado sobria, Young pidió un sándwich de barbacoa. Young le dio una mordida y no pudo comer más; la carne había estado marinada en bourbon. Para ella, era como si alguien le hubiera echado alcohol por encima a todo.

De repente, entró en pánico. ¿Podría todavía decir que llevaba cuatro años sobria? ¿Contaba eso como una bebida?, recordó preguntarse a sí misma.

Hoy día, se siente más segura en su capacidad de poder mantenerse alejada de la bebida, pero opina que todavía siente antojo de vez en cuando.

“Algunas veces puede ser muy duro”, admitió. Cuando le entran ganas de beber, se queda en casa y se concentra en proyectos artísticos.

Como curadora de obra, a menudo tiene que asistir a eventos en donde sirven alcohol. Young dice no estar muy tentada por el vino, pero todavía se siente incómoda al comprar alcohol.

En un reciente viernes, mientras cargaba cuatro botellas de vino para una inauguración artística que organizó, se aseguró también de comprar agua efervescente Pellegrino. No va a una fiesta sin eso.

“Esa es mi estrategia para cualquier situación social: agua efervescente. Le quita lo fuerte”, dijo con una risa.

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Reuniones para Alcohólicos Anónimos en el Distrito de la Misión

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Andrea hails from Mexico City and lives in the Mission where she works as a community interpreter. She has been involved with Mission Local since 2009 working as a translator and reporter.

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