Illustration by Courtney Quirin.

Como la nave espacial Enterprise, el autobús de Muni 14L Mission Limited pasa volando por la calle Misión dejando atrás al 14-Mission, su cómplice habitual.

Minutos después de haberme subido al 14L en la calle 24, llegamos a la entrada sur de la Misión, que en tierra de Muni es la parada de las calles Misión y 30. Los años de andar en Muni me han enseñado a esperar todo menos un transporte tan rápido como la velocidad de la luz.

Al llegar rápidamente a la calle 30, salto de mi asiento, me bajo del autobús y cruzo corriendo la calle para agarrar el 14L que se acerca rápido y que va en dirección norte. Eran las 7:10 a.m., y el 14L iba lleno. Los cuerpos de todos tamaños salen mientras esperaba –por lo que parecieron ser minutos— para poder abordar. Poco después, el conductor del autobús Roger Marenco confirmó lo que mi experiencia había dejado medio claro: que no hay en realidad un límite de máxima capacidad en Muni.

Al hacerme camino en el autobús me agarro rápidamente del tubo disponible más cercano antes de que el jalón del acelerador me empuje hacia las masas. Mi aventura de cinco horas en el autobús 14, y sus apresuradas variaciones, había comenzado.

Se escuchaba música proveniente del teléfono inteligente de alguien. Primero fue Snoop Lion el que nos entretuvo a todos. Después, Whitney Houston le recordó al autobús entero que siempre nos amará. Poco después, se escuchó un rap ininteligible del teléfono de una adolescente mientras le gritaba su horario escolar a un muchacho adolescente a un asiento de distancia de ella. Pronto le siguieron las canciones latinas y de viejos éxitos.

En las cinco horas, todos y cada uno de los teléfonos que tocaban música a todo volumen en el 14L y 14 tenían una cosa en común: todos tocaban música a todo volumen sin audífonos. Parece ser que el estéreo portátil de la época de los 90 que solían cargar en los hombros ha encontrado un reemplazo.

Mientras el 14L se dirigía hacia el norte, la excitante vitalidad se disipó. Con al menos dos veces más el número de gente saliendo de la que entraba, la multitud rápidamente se redujo una vez que llegamos a la calle 24. Una mujer envuelta en una apachonada bufanda blanca dormía profundamente hasta que la monótona voz electrónica del 14L anunció su parada: Main y Market. A dos paradas del final de la ruta, la mujer se despertó a un universo alterno.

Ahora solo quedaban tres de nosotros en el autobús: yo, el conductor y otro pasajero.

Una vez que llegamos al punto de regreso del 14L, en Misión y Main, el último pasajero se bajó. El autobús se quedó vacío durante minutos esperando pacientemente igual que yo a que comenzara el trayecto hacia el sur. Así fue que conocí a Roger Marenco, de 31 años de edad, conductor del 14L.

Nacido en El Salvador y habiéndose mudado a la Misión a los ocho años, Marenco se convirtió en conductor de Muni hace cinco meses después de haber terminado su licenciatura en justicia del medio ambiente y sustentabilidad de la Universidad Estatal de San Francisco. Entusiasmado por comenzar su propia finca orgánica en Nicaragua, Marenco ha estado manejando el 14L para ahorrar dinero y comprar un terreno.

En nuestro trayecto al sur, la gente comienza lentamente a ocupar el autobús, aunque la actividad y los actos musicales disminuyeron en comparación al fervor del trayecto hacia el norte.

Al pasar la estación de BART de la calle 16, la gente rodeaba una patrulla para observar de cerca a los policías subir a un señor feroz en la parte trasera de la patrulla. Eran las 8:10 de la mañana.

Dos paradas después, un hippie de pelo gris y mediana edad tocaba su guitarra y cantaba ante un público invisible en la parada de la calle Misión y 18. Sí, ya estábamos de regreso en el corazón de la Misión.

Para la calle 30, el autobús seguía siendo una ciudad fantasma en comparación a la hora anterior.

Marenco dijo que el ajetreo a la Misión comienza en el BART de Daly City y aumenta en intensidad en cada parada hacia el norte entre las seis y las nueve de la mañana. Este ajetreo se invierte de tres a siete de la noche.

Decidí que necesitaba ir más allá de las fronteras de la Misión para ver de dónde provenía la fuerza laboral de la Misión.

Al alejarnos más de la ciudad, cada parada del 14L norte estaba abarrotada. Las paradas hacia el sur estaban casi vacías.

Una vez que llegamos a la parada de BART de Daly City, el autobús recogió a algunas personas y se dirigió otra vez hacia el norte. Para la segunda parada, todos los asientos del alguna vez vacío 14L estaban ocupados.

Mientras más gente se amontonaba en la tercera parada, Marenco me dijo: “por esto tenemos retrasos”, dijo al señalar a una fila de gente esperando a meter el magullado billete de dólar en la delgada ranura de la máquina de pasajes.

En la cuarta parada, un grupo escolar de niños pequeños se sube al autobús, haciéndose camino entre el ocupado pasillo mientras su profesora les indica hacia dónde ir.

“¿A dónde va?” le preguntó Marenco a la profesora de escuela.

“Steuart”, contestó mientras desapareció entre la multitud.

Marenco se volteó a verme y con una risa me dijo: “¡esos niños acaban de abarrotar el autobús y van hasta el final!”

Iba a ser un largo trayecto.

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Courtney Quirin is a trained wildlife ecologist turned environmental journalist with a knack for photography and visual storytelling. Though her interests span many topics and disciplines, she's particularly keen on capturing multimedia stories pertaining to the global wildlife trade, human-wildlife relationships, food security, international development and the effects of global markets on local environments and cultural fabric. Courtney completed a MSc in Wildlife Management at the University of Otago, New Zealand, where she not only learned how to catch and tag fur seals (among many things) but also traveled to the highlands of Ethiopia to identify the nature and extent of farmer-primate conflict and its linkages to changes in political regime, land tenure, food security, and perceptions of risk. From New Zealand Courtney landed at The Ohio State University to investigate urban coyotes for her PhD, but just shy of 2 years deep into the degree, she realized that her true passions lie within investigative journalism. Since moving into the world of journalism, Courtney has been a contributor to Bay Nature Magazine, a ghostwriter for WildAid, and the science writer for Academia.edu. While at Berkeley's J-School Courtney will focus on international environmental reporting through the lens of documentary filmmaking and TV.

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