Gonzalo Guoron Tzian
Gonzalo Guoron Tzian. Photo by Juan Carlos Lara

Traducción por: Neus Valencia

Gonzalo Guoron Tzian, de 52 años, fue monitor de hospitalidad en el Programa Sacred Sleep para personas sin vivienda en la Iglesia San Juan el Evangelista en la calle 15h en Julian hasta que, debido a la pandemia, tuvieron que cerrar sus puertas en marzo.

Llegaba todas las mañanas a las 5:45 a.m., abría las puertas de la iglesia a las 6:00 a.m., y dejaba entrar entre 50 y 90 almas que llevaban despiertas toda la noche sobreviviendo entre el frío y la locura, que llegaban para dormir a salvo en los bancos del templo hasta la tarde.

“Lo mejor para mí era darles la bienvenida a todos ‘HOLA, BUENOS DÍAS, ENTRE, DESCANSE, TENGA ALGO DE COMIDA’, y los llamo por sus nombres. Muchos prefieren sus apodos, ¡así que me los aprendí!

“Recibimos chinos, latinos, negros y blancos. Incluso hay mayas de Guatemala, ¡como yo! Hay viejos y jóvenes. Muy viejos y muy jóvenes. LGBTQ. Hombres, mujeres. Pongo colchones en los bancos, preparo café recién hecho, corto el pan y los pasteles que se han donado, distribuyo kits de higiene, hago que todos se sientan cómodos en el santuario”.

Illustration by Rini Templeton

Guoron no había tenido mucho éxito en combatir su trastorno de estrés postraumático y su depresión hasta que empezó a trabajar como consejero bilingüe con personas en situación de calle, muchos de ellos sufren enfermedades similares.

Nació en una familia con profundas raíces en la comunidad maya de Guatemala. Habla su lengua materna, el kaqchikel maya, español e inglés, y le encanta enseñar kaqchikel

Fue activista en favor de derechos humanos y organizador comunitario en su país natal, Guatemala, hasta que, en 2008, asesinaron a un colega cercano de su organización y tuvo que huir, dejando atrás a sus dos hijas pequeñas y a su esposa.

Se dirigió a San Francisco en 2010 y vivió, como él mismo dice, “de la calle a los albergues, todo el tiempo, a veces de la calle al SRO (hotel residencial de habitación sencilla y servicios compartidos) y de nuevo al albergue, y a veces de la calle a otra calle. De la calle al auto. Del auto al albergue. Ya sabes cómo es el sistema de albergues: sólo consigues una cama durante tres meses, y luego estás fuera”.

Guoron, tiene ojos pispiretos y un espíritu alegre y cálido, no muestra ningún rastro de oscuridad, siempre habla con gran energía y volumen (“HOLA, HOLA, HOLA” me saluda). Sonríe con facilidad. Tuvo dos trabajos en los años que estuvo viviendo en la calle, uno como ayudante de cocina en los Hornblower Cruises y otro como conserje en Nordstrom.

Bebía un poco. Bueno, un poco más que un poco. Aprendió inglés. Vio a un terapeuta y tomó los medicamentos. Y siguió buscando la manera de volver a hacer una labor significativa como había sido su vida en Guatemala.

Illustration by Rini Templeton

Entonces, en otoño de 2015 fue aceptado en el curso de un semestre de la Universidad Estatal de San Francisco/RAMS (Richmond Area Multi-Services) para convertirse en un especialista en salud mental. El curso fue diseñado para capacitar a personas que han experimentado traumas, adicciones, trastorno de estrés postraumático y otros padecimientos de salud mental, con la intención de que se incorporen a organizaciones comunitarias y trabajen en primera línea en los vecindarios.  Debido a que es bilingüe, y gracias a sus habilidades de supervivencia en la calle, Guoron fue reconocido rápidamente como un elemento muy valioso en esta nueva área de estudio.

“Lo que el curso me dio, sobre todo, fue que aprendí a manejar mi propio estrés. Aprendí a lidiar con él, a calmarlo. Fui capaz de dejar todas las medicinas. Aprendí a compartir historias con mis compañeros y aprendí a ser más responsable conmigo mismo: a comer de manera regular, a hacer ejercicio, a seguir yendo a las reuniones de AA. Esto es lo que me ayudó a vencer la ansiedad”.

Dirigió grupos destinados a reducir los daños entre los consumidores de drogas y aprendió técnicas que permiten moldear gradualmente los hábitos de los consumidores de drogas.

Y encontró su lugar, trabajando primero como trabajador comunitario con Mission SRO Collaborative, luego con el Programa Sacred Sleep. Su trabajo le dio la confianza para reconectarse con su familia, y comenzó a llamar a su madre de 90 años en Tectan, Guatemala, por Skype. Luego se comunicó con sus hijas. El año pasado viajó a su casa para celebrar Navidad. “¡Fue tanta la felicidad! Sentí la ternura y la armonía de estar con mi familia después de tanto tiempo”

Guoron sabía que las puertas del albergue de St. John’s tendrían que cerrar cuando en marzo se dio la orden de cierre de todos los albergues. Se hizo la prueba, pero quedó sin trabajo. Al principio, se quedó en casa en donde vive en Excelsior, leyó mucho.

“Fui a Target y compré libros de ciencia, de historia americana y biología. Decidí estudiar. Solamente salía cuando tenía que ir a buscar comida o lavar la ropa.  Al principio tenía la esperanza de que volviéramos a abrir”.

Sin embargo, la semana pasada, después de cinco meses su jefe lo llamó junto a otros 8 trabajadores, les dijo que no había fecha para volver. Decidió hacerse la prueba de nuevo, bajó a la calle 24h BART, y luego se embarcó en una búsqueda. Se había preguntado dónde se encontraban sus antiguos huéspedes y fue a buscarlos.

Illustration by Rini Templeton

“Así que fui a Target – Sí, ¡me gusta mucho Target! – cerca de la 4ta y Mission, allí vi a algunos de nuestros huéspedes alrededor de Mission y Market, cerca de la calle 4. Les dije: “¡Qué alegría verlos!”, se veían descansados, se veían bien, ¡se veían limpios!  Pude ver que habían dormido bien, y antes, bueno, siempre parecían exhaustos. Entonces, pregunté, ¿qué pasó? Me contaron que se han estado quedando en un hotel: nos cambian las sábanas una vez a la semana, me dijeron, nos dan bolsas de lavandería para poner la ropa y lavarla, y sólo nos dejan quedarnos UNA PERSONA en UNA HABITACIÓN”.  Guoron hace una pausa y se ríe.

“Incluso, algunos de ellos están en el Marriott, no lo podía creer, pero se ven tan bien. Es una enorme ironía que se necesitara tal cosa, una pandemia, una crisis, para que consiguieran estar en una habitación digna, un lugar digno para dormir con condiciones humanas normales. Les pregunté: “¿Qué van a hacer cuando esto termine y tengan que irse?  ¡Supongo que tendremos que conseguir un trabajo, es lo que me dijeron algunos! Y todos nos reímos y bromeamos, detrás de nuestro cubrebocas, WOW, ¡no esperaba lo saludables que se veían!”

Pero otros viejos huéspedes no están en el Marriott. Guoron volvió a casa por la calle de la Misión.

“Los veo que están afuera del albergue cerrado, el Santa Ana en la calle Dolores, el Marta y María cerca de Capp, ‘¿cuándo podemos volver a la iglesia?’, me preguntan”.

Gonzalo se detiene como para poder entender las contradicciones e inclina la cabeza: “¿Cómo es que algunos están en el Marriott y otros en la calle fuera del albergue cerrado Santa Ana? Sabes, tengo 52 años, ya he vivido mucho, yo, lo que quiero hacer ahora es participar como voluntario en los ensayos de la vacuna contra el coronavirus, eso es lo que quiero.  No estoy trabajando, pero necesito hacer algo por mi conciencia. Eso es lo que busco”.

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