La inquilina Bailey Nakano retoca un llamado, en gis, en la puerta de su departamento.

El tercer piso del edificio de tres unidades que está a dos cuadras de la estación BART de la Calle 24 puede ser un lugar donde hallar tranquilidad en un día caluroso. Pero, cuando un agente de bienes raíces preguntó a los inquilinos al respecto, su repuesta fue sarcásticamente negativa.

“Ay no, es horrible. Es lo peor”, recordó haberle dicho Danielle McVay, trabajadora de una organización para clientes de bajos recursos con discapacidades mentales.

El agente de bienes raíces le estaba mostrando el edificio a posibles compradores, que no pudieron evitar ver los volantes y letreros donde les rogaban no considerar la compra del edificio. La resistencia de los inquilinos a transacciones perfectamente legales ha sido la última táctica de aquellos que desean quedarse. Se ha vuelto muy común en el tan solicitado mercado de bienes raíces en San Francisco, donde los inquilinos harán lo posible por evitar la venta de un edificio, la cual probablemente resultaría en el desalojo de los habitantes actuales.

Lo nuevo en esto, es que dicha resistencia viene de personas que han vivido en la Misión menos de diez años.

“Yo contribuí al aburguesamiento de este vecindario”, dijo Nadia Kayyali, una de las inquilinas quien trabaja en la Electronic Frontier Foundation. “Pero creo que es importante reconocer que esto es real para nosotros. Los artistas, la gente rara, somos todos juntos la parte de la ola del aburguesamiento”.

Kayyali, McVay, y sus compañeras de cuarto están muy conscientes del papel que han jugado en el aburguesamiento del vecindario, así como del efecto que su desplazamiento puede tener en otras comunidades. Aunque todos están preocupados por sus futuros al ver que el desalojo se avecina cada vez más, son personas nuevas en el vecindario, relativamente, pues llegaron aquí entre 1 y 10 años atrás.

Aun así, los inquilinos dicen estar más preocupados al respecto por su vecina de abajo: una residente de hace mucho que paga una renta fija y vive con su nieto de 15 años. Ella se negó a darnos una entrevista.

“Si nos desalojan porque un dueño se muda a la casa, ninguno de nosotros se sentirá contento, pero yo me sentiré tranquila”, dijo Kayyali. Esto debido a que la unidad de la parte superior, siendo la más grande y deseada, es la que probablemente atraería a un nuevo dueño o residente, y puede que evite que desalojen a la residente de mucho tiempo que vive abajo.

McVay dijo que si el comprador quiere que los inquilinos de un edificio ocupado se vayan “serán desalojados sin importar cuantos letreros pongan”.

Kayyali concordó con lo anterior. Mencionó el ingreso por renta total del edificio ($36,000 al año) y lo comparó con la cantidad que piden por él ($1.7 millones), además de los costos estimados de mantenimiento ($3,600). También hay un inquilino comercial y la planta baja aloja un estudio de arte.

Pero, aun sin fijarse en los números, McVay y dos de sus coinquilinas, Meredeith Yayanos, dedicada a la música, y Bailey Nakano, organizadora de eventos, dicen que los posibles compradores han sido muy claros con el hecho de que no quieren ser caseros.

McVay recordó “Una pareja vino, con su bebé y me dijeron ‘te entendemos totalmente, sabemos qué se siente. Acaban de comprar nuestro edificio también y tenemos mucho miedo de que nos desalojen.’ Después fueron abajo a hablar con el agente de bienes raíces, y le preguntaban cómo desalojarme”.

Yayanos dijo que estaba en el baño relajándose cuando un posible comprador entró sin siquiera tocar la puerta.

“Las visitas abiertas tienen su precio. Espero que alguien lea esto y piense ‘ah sí, tengo que ser amable sin importar cuánto dinero tengo más que tú’”, dijo ella. “En este punto, se siente como una relación de abuso”.

Nakano recuerda a un posible comprador planeando qué paredes tirar y dónde poner una escalera de caracol a través del piso de su departamento mientras ella estaba presente mordiéndose la lengua.

“Están desalojando a personas reales. No crecimos aquí, pero esperábamos hacer de este nuestro hogar”, dijo ella.

Para Yayanos, Kayyali, Nakano, y McVay, el desalojo prácticamente significaría dejar la ciudad. Kayyali, siendo una persona transgénero, que usa el pronombre neutral «they» (ellos/ellas), esto significaría abandonar la seguridad que le da la comunidad.

“Si me voy de San Francisco ¿llegaré a un lugar sin comunidad LGBT? ¿Tendré que preocuparme de mi seguridad? Preguntaron.  Al mismo tiempo reconocieron “Voy a ser otra persona con dinero aburguesando Oakland”.

Parece ser que la venta sigue en pie. Frank y Tracy Leung, los dueños de la propiedad, dijeron que la lucha de los inquilinos ha causado algunos problemas en el proceso de la venta, pero han seguido recibiendo ofertas y esperan encontrar un comprador.

“Tenemos el derecho de hacerlo”, dijo Leung. “Somos demasiado viejos para administrar el edificio y por eso queremos venderlo”.

La paciencia entre los inquilinos y los vendedores se está acabando.

“Tienes que ponerte agresiva, y difícil o terminarás llorando en una esquina”, dijo Yayanos. “Hasta he pensado en comprar popó falsa, y ponerla en el piso”, admitió.

Los inquilinos dicen que los caseros les ofrecieron un reembolso del 20% de sus rentas hasta que se termine la venta a cambio de que quiten sus letreros y pósters donde piden que nadie compre el edificio. Ellos se negaron.

Los caseros también contactaron a la Mission Economic Development Agency (Agencia de Desarrollo Económico de la Misión, MEDA por sus siglas en inglés), al escuchar que la organización busca pequeños edificios con varias unidades para mantenerlos como residencias de precio accesible. Sin embargo, este proceso por lo general requiere un crédito de financiación por parte del vendedor, lo que, en esencia, vuelve la venta un préstamo que se pagará en varios años, una condición poco atractiva para muchos vendedores que pueden obtener dinero fácil por parte de compradores individuales.

La primera oferta de MEDA fue rechazada, y los caseros dicen que la segunda hubiera requerido que ellos contribuyeran con una suma que se salía de su presupuesto. Christopher Gil, de MEDA, dijo que la agencia sigue tratando de llegar a un acuerdo con los caseros y que continuarán haciéndolo hasta que se venda el edificio.

“Todo el ambiente de la ciudad empieza a romperme el corazón”, dijo Yayanos. “Una parte de mí realmente quiere aguantar y seguir luchando, mientras que otra otra parte se cansa cada día más y se está fastidiando, y simplemente me dan ganas de irme a un lugar donde no sienta que me están humillando ni acosando”.

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