File photo by Leslie Nguyen-Okwu: A tourist snaps photos of Balmy Alley's famous murals.

Durante los últimos cuatro años, Jessica H., una trabajadora de salud mental en la comunidad que vive cerca del Hospital General de San Francisco, ha usado Airbnb para rentar cuartos a turistas que visitan su hogar en el Distrito de la Misión.

Jessica H., ha sido residente desde hace tiempo de San Francisco y se enorgullece de conocer la ciudad a fondo y le recomienda a la gente la calle Vermont en lugar de a la popular calle Lombard, o Corona Heights en lugar de Twin Peaks. Sus huéspedes viajan desde tan lejos como Australia y de tan cerca como Cleveland; además, a menudo traen regalos.

“La gente nos trae regalos todo el tiempo: una taza, chocolates o té de su país”, dijo Jessica. “Es un verdadero intercambio cultural”.

Según Airbnb, dichos intercambios han generado $8.3 millones de dólares provenientes de huéspedes que usan Airbnb en el Distrito de la Misión entre abril de 2013 a marzo de 2014 y alrededor de $56 millones de dólares a nivel municipal entre junio de 2011 a mayo de 2012.

Eso nada más, dijo Jessica, debería recabar apoyo para la propuesta que la Comisión de Urbanismo ahora está considerando para legalizar los alquileres a corto plazo. Aunque todavía falta organizar todos los detalles, hace poco la comisión votó 4 a 2 para permitirle a inquilinos y propietarios de inmuebles rentar los cuartos.

“En la cuadra en la que vivimos ha habido balaceras, asesinatos, venta de drogas que es constante”, dijo Jessica. “Pero tenemos a gente interesante y responsable que está contribuyendo a la comunidad y que compra cosas a nivel local. Quieren enterarse de todas las boutiques. Quieren ir a Aquarius Records y a todos les gustan las cosas locales”.

Mission Local habló con dos anfitriones de Airbnb que están en la Misión y dos en Castro. El estudio del San Francisco Chronicle en junio pasado demostró que la Misión tuvo 681 anuncios –la cantidad más grande que cualquier otro barrio de la ciudad. El Castro empató por el cuarto lugar con Nob Hill con 213 anuncios.

Dicho estudio también muestra que anfitriones como Jessica y los demás con quienes Mission Local habló se encuentran en la minoría. “Dos tercios” de los anuncios de Airbnb en San Francisco eran unidades completas o casas completas, según el análisis del Chronicle. Por su parte, Airbnb no le ha otorgado a la ciudad ninguna información. Sin embargo, en Nueva York el fiscal ganó recientemente un caso judicial en el que exigía que el servicio de alquiler a corto plazo entregara su información.

La falta de transparencia de Airbnb en relación a la información que posee ha creado escepticismo entre los integrantes de la Comisión de Urbanismo que dudan de la capacidad de la ciudad de poner en vigor las restricciones. Una de las restricciones le exigiría al anfitrión habitar la unidad, lo que excluiría a la mayor parte de los lugares que se rentan como alquileres de corto plazo.

Para aquellos que desean permanecer en el ámbito de lo legal, los anfitriones declararon estar ansiosos de que la ciudad legalice los alquileres a corto plazo y explicaron cuál ha sido su experiencia. Los anfitriones estuvieron de acuerdo con que San Francisco padece de una escasez de vivienda así como costos a la alza en hospedaje hotelero. Además, advirtieron que convertir edificios completos de departamentos en alquileres vacacionales y desalojar a inquilinos que llevan mucho tiempo en sus unidades era algo que “está moralmente mal”, dijo Jessica.

“Estamos tan contentos de conocer a estos maravillosos viajeros”, dijo Jessica, cuyos visitantes más recientes incluyen a una madre e hija de 60 y 80 y algo años de edad que estaban manejando por el país en una casa rodante. “La gente viene con uno y te ve como si fueras un experto. Te toca ser una especie de héroe. Para mí, no ha sido nada más que positivo”.

Los cuatro anfitriones de Airbnb son propietarios de casas y subrayan que son “gente común y corriente que comparte su hogar”, dijo Mitch L., chofer y anfitrión de Airbnb que vive en Castro. Tanto él como su esposa Barbara L., han desarrollado relaciones con visitantes que han durado más de los días que se han hospedado.

“Hemos tenido a personas que se quedan un mes y en realidad encuentran un departamento a lado de nosotros”, dijo Barbara, quien trabaja de guía turística y renta un cuarto en la casa en la que creció. “Eran de Israel y cuando tuvieron un bebé, los papás venían y se quedaban con nosotros [a través de Airbnb] porque las mamás tenían que estar cerca del bebé, por supuesto”.

Muchos de sus huéspedes visitan por largos periodos de tiempo porque quieren experimentar San Francisco tanto como puedan, explicaron Mitch y Barbara. Otra pareja de Irlanda que se quedó con ellos durante 10 días insistieron en ir en bicicleta a todos lados, a pesar de la advertencia de las conocidas inclinadas colinas de la ciudad.

“Estuvieron de acuerdo que era una locura después de ir en las bicis”, dijo Mitch.

“Quieren ver lo que es la vida real y no un hotel estéril”, agregó. “Quieren tener una verdadera experiencia de vida en los barrios”.

Cómo permitirle a los residentes que llevan mucho tiempo en la ciudad a que permanezcan

Para Jessica, Airbnb ha hecho posible que se quede en la ciudad.

En promedio, las personas que comparten su casa en San Francisco se llevan $4,000 al año en la renta de una recámara extra; el 82 por ciento usa el ingreso adicional para pagar la hipoteca o los impuestos de la propiedad, de acuerdo con Nick Papas, vocero de Airbnb.

Abrumada con la deuda estudiantil, Jessica usa la mayor parte del dinero que gana por Airbnb para pagar los préstamos y reparar su casa. El alquiler promedio en la Misión es de $167 dólares la noche, de acuerdo con la investigación del Chronicle.

“Cuesta $15,000 pintar tu casa. Cambiar una ventana son $2,000”, dijo. “Es mucho dinero y la gente no se da cuenta lo caro que es cuidar de estas casas victorianas con los pisos, las luces y las ventanas”.

Asimismo, Barbara es la última de sus amistades de la preparatoria que todavía vive en la ciudad. El dinero que gana como anfitriona de Airbnb le ayuda a pagar los arreglos que el hogar de su niñez necesita tanto.

“Desde que mi papá lo convirtió en los 60, no se ha hecho nada”, dijo Barbara. “No hay forma de que rentemos nuestro lugar y ganemos lo que necesitamos hacer porque estaríamos todo el tiempo en el lugar [donde vive] el inquilino. No pienso que estoy quitando un lugar del mercado arrendatario porque honestamente, nunca lo rentaría”.

El camino hacia la legalización

Jan D., una jubilada que ha rentado recámaras en su condominio en lo que llama el “territorio Bi-Rite” cerca del parque Dolores desde hace dos años declaró que espera con entusiasmo el proceso municipal de legalización.

“Lo que queremos es no estar clandestinos o sentirnos avergonzados de alguna forma de que lo que hacemos porque nos ayuda a quedarnos en esta ciudad que amamos”, dijo Jan. “Los que actúan mal en tanto a visitantes como anfitriones son anomalías, por mucho”.

Los críticos han pasado la responsabilidad a los que comparten casa por el problema de falta de asequibilidad de vivienda en San Francisco, aunque Mitch, quien ha sido anfitrión desde hace un año, no lo ve de esa forma.

“No es un problema tan sencillo”, dijo Mitch. “No son nada más los programadores que se apoderan y cambian el rostro del barrio. La razón por la que la vivienda es tan cara en San Francisco no es por las casas vacacionales o los alquileres a corto plazo. Tiene más que ver con la tan mala política pública que ha estado en función desde hace más de 30 años”.

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