A menudo, Cristina se encontraba deambulando por las calles del Distrito de la Misión por horas y sin rumbo alguno contemplando el suicidio.

“Simplemente quería estar sola”, dijo. Tanto así que cuando veía que su hijo y su esposo la buscaban se escondía entre los arbustos. Al hacer eso, recordaba el año anterior cuando saltó a los arbustos después de haber visto a la camioneta de la Patrulla Fronteriza en el frío desierto de Arizona.

Ahí, dijo ella, es donde comenzó la “pesadilla americana”.

Cristina, cuyo nombre no se dará a conocer por protección, sobrevivió un espeluznante recorrido al cruzar la frontera durante el cual presenció violencia y agresión sexual. Su historia es parecida a la de miles de inmigrantes que intentan cruzar la frontera cada año para terminar en manos de traficantes de personas sin escrúpulos.

Eso es porque cruzar se ha hecho más riesgoso a medida de que las autoridades de la frontera han aumentado la vigilancia, dijo Belinda Reyes, economista en el Instituto César Chávez que se dedica a estudiar patrones inmigratorios. En décadas anteriores, los migrantes con orígenes en los Estados Unidos dependían de leales traficantes que sus familias conocían. Eso ha cambiado en los últimos años, explicó, ya que el tráfico de personas se ha convertido en un negocio vasto e impersonal.

“Las redes de traficantes se están haciendo más complejas; se ha convertido en algo más rentable, por lo que muchas personas se están dedicando al tráfico”, incluyendo a los carteles, precisó Reyes. “Es una industria muy grande”.

A diferencia de Cristina, muchos inmigrantes con estrés postraumático no son diagnosticados y recurren a automedicarse, explicó Félix Kury, sicoterapeuta en la Clínica Martín Baró, una clínica de cuidado a la salud en el Distrito de la Misión, quien decidió establecer un tratamiento para ayudar a Cristina.

“Estos problemas que afectan a los inmigrantes no provienen de la mente interna, sino que provienen de factores externos”, dijo Kury. “También sé que hay gente que está en estados en los que necesita medicinas, pero muchos de los problemas que afectan a nuestra comunidad provienen del medio ambiente”.

Cristina despertó de la fantasía del sueño americano, dijo, después de que le ayudaron en la Clínica Martín Baró y encontró motivación a través de programas como Mujeres Unidas y Activas, un programa para inmigrantes latinas que brinda orientación, intervención de crisis y talleres en San Francisco y Oakland.

El Recorrido

El recorrido de Cristina comenzó en 2010 en el desierto de Arizona al cruzar la frontera con su primo. “Tienen que quedarse juntos”, le dijo su esposo.

En el desierto, no tomó mucho tiempo para que los agentes de la patrulla fronteriza en una camioneta los vieran y bajaran a toda velocidad desde una colina con las luces de la camioneta encendidas. Su primo huyó. Cristina saltó hacia un cactus, en donde fingió haber muerto.

“Lo siguiente que sentí fue que un agente me levantó por la camisa”, dijo. Sin poder encontrar a su primo, los agente la pusieron en la parte trasera de la camioneta. Cristina se quejó que hacía mucho frío.

“Aquí no te vamos a tratar como a una reina”, le dijo un agente antes de prender el aire acondicionado.

A partir de ahí, recontó Cristina, su trayecto fue como el de estar en un mercado, en el que constantemente se encontraba a la venta.

En las instalaciones de admisión de la patrulla fronteriza en Arizona, preguntó repetidamente dónde estaba su primo, pero no obtuvo respuesta alguna. Después de algunas horas, la pusieron en libertad del otro lado de la frontera en México y estaba en las calles sola, asustada y llorando.

Es ahí cuando una mujer de voz amable le preguntó: “¿tiene un lugar dónde dormir esta noche?” Fue el acto más amable que nadie le ofreció en su trayecto, dijo.

Cristina caminó con la señora a una casa grande con un guardia de seguridad en la entrada. Adentro, supo inmediatamente que algo estaba mal: había literas y cadenas, y un señor estaba violando a una muchacha que parecía tener 16 años de edad.

El señor se volteó para verla y le dijo: “espérate un momento y tú serás la siguiente”.

“No recuerdo si fui violada o cómo escapé”, relató Cristina. “Creo que mi mente está tratando de bloquearlo”.

Cristina llamó a su esposo desde un teléfono en una farmacia y no podía dejar de pensar en dónde estaba su primo.

“Él ya cruzó”, le dijo su esposo.

“Cuando escuché eso”, recordó, “sentí como un cuchillo”.

Cristina estaba tan consternada que el empleado de la farmacia tuvo que agarrar el teléfono y decirle a su esposo: “Señor, su esposa no está bien ahorita”.

El esposo de Cristina contrató a un coyote —un traficante que transporta inmigrantes para cruzar la frontera— para que la recogiera en una plaza en Sonora, México.

Ahí fue donde comenzó su segundo recorrido por el desierto.

Después de días de caminar por el desierto, Cristina logró cruzar la frontera, hacía Douglas, Arizona en donde se enfrentó a “otra venta”. Esta vez, terminó en la casa de una estadounidense que todo el tiempo la amenazaba y le daba tacos grasosos mientras disfrutaba de su cena del Día de Gracias.

Poco después vino “otra venta”, esta vez a un señor que la llevaría a ella y a otra mujer de Arizona al Área de la Bahía. En una camioneta pickup, vio cómo el conductor le tocaba los pechos a las pasajeras. Cuando se detenían, ella se negaba a ir al baño porque tenía miedo de que la dejaran. Terminó haciéndose pipí en los pantalones.

La Recuperación

Una vez en el Área de la Bahía, nada era lo mismo. Cristina no podía hablar con su familia sobre lo que había visto porque le daba vergüenza. Cristina intentó quitarse la vida cortándose las muñecas. Fue entonces cuando decidió acudir a la Clínica Martín Baró, una clínica gratuita en donde la escuela de medicina de la Universidad de California en San Francisco ofrece servicios bilingües de atención a la salud.

A Cristina le recomendaron un tratamiento. Cristina también se integró a Mujeres Unidas y Activas, en donde se convirtió en activista de trabajadoras domésticas como ella. Durante el tiempo que pasó con el grupo acumuló docenas de certificaciones en orientar a víctimas de violencia intrafamiliar.

Orgullosa muestra fotografías de sus viajes a Sacramento para hacer presión con Mujeres Unidas. “Todo testimonio es importante”, dijo.

Dos años después de que Cristina llegó a los Estados Unidos, su mamá tuvo una enfermedad terminal. Cristina decidió que era hora de regresar a México.

Llegó como inmigrante indocumentada y se fue como indocumentada. Dejó a su esposo y a su hijo detrás, en espera de regresar algún día, idealmente a través de caminos legales.

En su último día en Estados Unidos, Cristina reflexionó sobre sus experiencias.

“El mejor tesoro que tenemos es nuestra vida, y tenemos que valorarlo”, dijo. “Ahora estoy aprendiendo a vivir. Antes sólo estaba sobreviviendo. Ahora estoy aprendiendo cómo vivir con calidad y amor”.

Sus experiencias han hecho de Cristina una defensora de inmigrantes y mujeres en los Estados Unidos, y ahora en México, en donde tiene planeado unirse a una organización que ayude a mujeres que han sido víctimas de agresión sexual.

Cristina llegó a los Estados Unidos bajo una nube de miedo y vulnerabilidad. A pesar del trauma de su recorrido, dijo, se fue del país motivada, aunque nunca logró el “sueño americano”.

“Quiero que alguien lea mi historia y se identifique”, dijo. “Quiero darles esperanza”.

Follow Us

Rigoberto Hernandez is a journalism student at San Francisco State University. He has interned at The Oregonian and The Orange County Register, but prefers to report on the Mission District. In his spare time he can be found riding his bike around the city, going to Giants games and admiring the Stable building.

Leave a comment

Please keep your comments short and civil. Do not leave multiple comments under multiple names on one article. We will zap comments that fail to adhere to these short and very easy-to-follow rules.

Your email address will not be published. Required fields are marked *